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domingo, 8 de noviembre de 2009

Carta a un joven profesor- Punto A

A-

Introducción “La dimensión oculta”

Philippe Meririeu comienza su carta hablándole a la nueva generación que se prepara para ser profesor. Dice que es una generación pragmática, ya que está bien informada sobre los programas y herramientas para acompañar a los alumnos en su orientación, e inquieta, ya que, posee un deseo de sentirse tranquilos ante las tensiones que pudieran producirse entre las familias y la administración. Pero a la vez es una generación preocupada por comprender aquello que está en juego en lo más íntimo del acto de enseñar.
La búsqueda de “algo”, que “marca la diferencia”, es lo que le da sentido al proyecto de enseñar. Ser profesor es una manera especial de estar en el mundo. Un profesor tiene una manera especial de mirar el mundo. Una manera de situarse en un proyecto de transmisión que hace que considere a los niños y los conocimientos de forma original. El profesor se dedica a enseñar.
El maestro halla tanto placer en enseñar como el alumno en aprender.
A pesar de que nuestros alumnos se han moldeado a partir de la mediocridad televisiva y de las presiones sociales ejercidas sobre los profesores desde todas partes, todavía es posible que se produzca transmisión en clase, y que de golpe la profesión adquiera sentido.

1 “Entre el amor a los alumnos y el amor al saber, no tenemos porque elegir”

Hay que superar la representación tradicional que pone en oposición a la enseñanza primaria y la secundaria. En la escuela primaria, igual que en el instituto, hay contenidos rigurosos que exigen un conocimiento profundo de lo que se enseña y de los mecanismos mentales que esto supone poner en marcha.
Tanto en el colegio y el instituto como en la escuela primaria, el dominio de los contenidos disciplinares, por muy perfecto que sea, no da automáticamente las claves de su transmisión. En primaria, igual que en secundaria: contenidos exigentes y una competencia pedagógica indispensable.
El profesor debe a la vez permitir a cada alumno abordar un saber que le sobrepasa y proporcionarle la ayuda necesaria para que lo interiorice. En cada aprendizaje el alumno se enfrenta a algo que lo supera. Ser profesor es asumir siempre a la vez la presentación del saber y el seguimiento de su asimilación. El saber y el seguimiento son, desde la perspectiva del profesor, una misma cosa. Los obstáculos surgen en el encuentro entre el saber y los alumnos. Lo esencial en el trabajo del profesor es la transmisión. Siempre se enseña algo a alguien.

2 “Enseñamos para que los demás vivan la alegría de nuestros propios descubrimientos”

Si actualmente elegimos ser profesores es porque un día, durante nuestra escolarización, conocimos a un profesor cuya voz todavía resuena dentro de nosotros. Toda la vida seguimos siendo el alumno del maestro que nos ha abierto la puerta del saber.
Quedamos en deuda para siempre con quienes, junto a los aprendizajes rutinarios y mecánicos, nos han dejado entrever lo que significa de verdad aprender. Su influencia nos ha ayudado a construirnos. Nosotros somos los encargados de hacer vivir a los demás el acto creador que hemos vivido. Consideramos nuestra labor como un medio para hacer vivir a los demás la alegría de descubrir lo que nosotros mismos hemos vivido.
El profesor aspira a un “acto pedagógico total” y secretamente espera, a menudo en vano, que un discípulo venga a decirle en voz baja: “Todavía no, profesor, mejor nos quedamos a charlar lo que acabamos de decir…”. Constantemente insatisfechos y esperando en vano cada año que nos toque la “clase adecuada”, “los alumnos adecuados”, con los que podamos recrear la imagen primitiva de la cual se alimenta nuestra elección profesional. Este es justamente el reverso inevitable de la moneda, de la ambición luminosa que nos ha hecho elegir esta profesión.
A los jóvenes profesores se les suele imponer desde el exterior toda una serie de obligaciones que no tienen nada que ver con sus principales preocupaciones y que suelen vivir como obstáculos para desempeñar su misión. Toda persona que asume responsabilidades administrativas o pedagógicas debe mantener un contacto regular con los alumnos. Para que nadie olvide de donde emana y dónde puede regenerarse continuamente el proyecto de enseñar.

3 “Nuestro proyecto de transmisión no puede conciliarse con las presiones sociales que sufre la escuela”

Hace unos cuantos años se habla de la “profesionalización del cuerpo docente”. Los administradores gobiernan como si pudieran con total legitimidad, decidir dónde, cuándo, cómo y para quién se producirá el acto pedagógico.
Un proyecto de escuela puede ser un contexto para expresar la propia libertad e inventiva. Siempre con la condición de interpretarlo como una oportunidad de reflexionar y enfrentarse a la propia esencia de la profesión. Es necesario adueñarse del proyecto de escuela o de centro de enseñanza para poner en su punto de mira el acto pedagógico. Hay que entregarse a proyectos que apoyen nuestro deseo de enseñar y suscitan la voluntad de aprender de los alumnos.
Debemos trabajar lo más cerca posible del alumno y del saber, hay que darles la posibilidad a todos los alumnos de progresar. El punto de mira de nuestros esfuerzos debe ser el acto de transmisión.

4 “Queremos ser eficaces de verdad pero no a cualquier precio”

La “didáctica” no es más que la búsqueda mediante la cual intentamos entender “cómo funciona” la cabeza del alumno para que asimile, lo mejor posible, los conocimientos del programa. Enseñar es organizar situaciones de aprendizaje eficaces.
Los alumnos pueden ocupar su inteligencia en una actividad que ha sido concebida para ellos. Accesible pero difícil, difícil pero accesible. Una actividad que les haga utilizar lo mejor posible los saberes que ya dominan, pero con vista a acceder a saberes nuevos. Hay que ser riguroso en la elección de los materiales y muy preciso en el enunciado de las instrucciones.
Debemos ser investigadores de nuestra propia enseñanza, cuestionando permanentemente los saberes que se enseñarán.
La didáctica anula el acto pedagógico en beneficio del condicionamiento. No podemos caer en el adiestramiento. No hay que buscar la eficacia a cualquier precio. Nuestra labor educativa no puede reducirse solamente a la búsqueda de los efectos que podemos medir con las herramientas tradicionales de la evaluación escolar. Tampoco podemos aceptar que nos impongan los criterios de evaluación, terriblemente restrictivos, que predominan en la actualidad.
Enseñamos haciendo lo mejor que podemos, en el seno de los dispositivos institucionales que se nos proponen pero nunca debemos perder de vista que el acto pedagógico no puede ser programado por nadie. Aún cuando es previsible, no deja de ser, en el momento en que se produce, increíble.

5 “En el centro de nuestra profesión: la exigencia”

Cualquier profesor sabe que debe conjugar al mismo tiempo la motivación y el trabajo, sin que uno exceda al otro, y sin convertir uno de los elementos en condición para que aparezca el otro.
Todo nuestro esfuerzo consiste en hacer surgir la motivación en el propio movimiento del trabajo: para ello proponemos tareas al alumno. Hay que hacerle descubrir sus satisfacciones intelectuales inéditas, horizontes que estimularán su curiosidad. No debemos despreciar lo que puede motivar a los alumnos.
Sean cuales sean nuestros objetos de trabajo y sea cual sea la asignatura que enseñamos, la búsqueda del “gesto justo” siempre debe estar en el punto de mira de nuestra acción.
A partir del momento en que se trabaja con la máxima exigencia, cualquier actividad humana lleva en sí toda la inteligencia humana.
Somos ante todo portadores de esta exigencia de calidad sin la cual ninguna de nuestras asignaturas, ningún conocimiento humano se habría podido constituir.
Hay que acabar con las jerarquías arbitrarias entre las disciplinas de enseñanza.
Exigentes con nosotros mismos y con los alumnos. Tan exigente con el trabajo para el cual intentamos motivar a nuestros alumnos, como con las actividades que eligen libremente, poniendo en marcha una dinámica a través de la cual se “engancharán” ellos mismos, se pondrán en movimiento y se proyectarán hacia el futuro.
La exigencia de calidad, llevada por el deseo de alcanzar la perfección de la humanidad, es la que distingue lo que vale. Lo que vale es, justamente, lo que nuestro oficio nos obliga a enseñar.

6 “Una preocupación que no tiene por qué ruborizarnos: la disciplina en clase”

Los alumnos que están en nuestras aulas no sólo son más numerosos, sino también completamente distintos de los que éramos hace tan sólo cinco o seis años. La atención se tambalea, las conductas son más impulsivas, el zapeo convierte a los alumnos en consumidores de imágenes. En clase el alumno reproduce la actitud que tiene frente al televisor. El mando a distancia ha contribuido a desintegrar la atención de nuestros alumnos.
Debemos construir día a día una auténtica “disciplina escolar”. Para ello basta con seguir algunos principios:

  • Preparar minuciosamente el trabajo
  • Cuidar el entorno: anticipar las necesidades y el desarrollo, prepararse material y psicológicamente para llegar hasta el final. Hay que estructurar el espacio escolar como un verdadero espacio de trabajo.
  • Mantenerse firmes con las consignas: ser breve y claro. No infringir las normas que uno mismo ha impuesto.
  • Encontrar la manera de que cada cual tenga su sitio en la empresa colectiva: para que la disciplina funcione el trabajo propuesto tiene que reunir a todos los presentes sin ninguna excepción. Cada uno debe saber que es lo que se espera de él. Lo que importa es que a nadie se le asigne una tarea definitiva, que la rotación de los papeles permita a cada uno vivir la experiencia de ocupar todos los puestos y descubrir, así, nuevos centros de interés.

Solo podemos enseñar si hacemos de la disciplina en clase nuestro problema.

7 “Sea cual sea nuestro estatus, sean cuales sean nuestras disciplinas de enseñanza, todos somos “profesores de escuela”.

Una clase es un espacio y un tiempo estructurados por un proyecto específico que alía, a la vez, y de manera indisociable, la transmisión de los conocimientos y la formación de los ciudadanos. La escuela es el marco educativo específico en el cual todo debe tener sentido de manera coherente, en el cual se instituyen valores como:

  • El reconocimiento de la alteridad: En la escuela, al encontrar a otros niños y otros mundos, aprendemos a distanciarnos del entorno y de las preocupaciones propias. La escuela tiene la misión de enseñarle al niño que la familia no es su único universo de referencia. La escuela debe ayudar al niño a renunciar a estar en el centro del mundo. El universo se abre a nuevos conocimientos, en donde las diferentes opiniones se confrontan.
  • La búsqueda de la verdad: es muy importante conocer las cosas como son. La escuela enseña de qué modo la búsqueda de la verdad forja el respeto mutuo y permite escapar de la hegemonía de las relaciones de fuerza.
  • La sociedad democrática: en la escuela se aprende a pasar del punto de vista y los intereses propios a la búsqueda del bien común. La escuela debe garantizar a todos la posibilidad de escapar de cualquier forma de dominio para poder pensar por sí mismos. La educación democrática para la democracia. Un profesor de escuela es creador de humanidad.

Conclusión. Utópicos por vocación

Hacerse profesor es invertir en el futuro, ya que significa trabajar todos los días en los aprendizajes. Nuestro trabajo consiste en convencer a nuestros alumnos de que un futuro diferente es posible. Los alumnos toman lo que les proponemos, lo transforman y se transforman. El profesor debe adentrarse en sí mismo y encontrar en el corazón de su proyecto de enseñar las razones para no perder la esperanza ni en su oficio ni en el mundo.

1 comentario:

  1. Bibliografía

    Meirieu, Philippe, “Carta a un joven profesor. Por qué enseñar hoy”, Editorial GRAÓ, Barcelona, 2006.

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