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lunes, 23 de noviembre de 2009

Relato ficcionado de la cursada

Entre despacio, estaba allí como imaginé

Miré hacia arriba y las escaleras parecían más largas que de costumbre. Lunes 8:50 de la mañana. Luego de aquel largo receso, era necesario retomar la rutina diaria. Casi como despertando de un sueño, el país finalmente parecía ordenarse y, a pesar de que mucho quedaba por hacer, una leve tranquilidad se percibía en el aire. Mis ojos se habían abierto con el molesto sonar de un despertador, que siempre puntual y exigente, había tenido por misión quitarme el sueño todas las mañanas. Cerré los ojos y me pregunté:” ¿A qué sede tenía que ir hoy?”. Buscando información en mi memoria, mi cerebro logró despabilarse y me dio la respuesta. Hoy tenía que ir a Piedras.

Ya había llegado, y aún faltaba el último paso. Al subir aquellas conocidas escaleras imaginé como podría ser el futuro. Diseño Curricular, así se llamaba la materia. Diseño Curricular, diseño de una currícula, diseño del currículum. Comencé a jugar con las palabras en mi mente, como un niño ansioso antes de comenzar a jugar su juego favorito. Me pregunté cuales serían los contenidos que iban a incorporarse en esta nueva aventura. Y digo aventura porque cada nuevo comienzo es una nueva aventura de aprendizaje. Una nueva oportunidad que se despliega ante nuestros ojos, en la cual podremos, si sabemos aprovecharla, incorporar nuevos conocimientos, experiencias y porque no, lecciones de vida que ampliarán nuestros horizontes. Una aventura que se nos brinda para afirmar, una vez más, que elegimos ser docentes porque en nuestro interior tenemos una voz que nos dice que tal vez un día seremos capaces de generar en alguien una esperanza. Cada paso que daba en aquella escalera, era un nuevo pensamiento.

No fue una decisión fácil para mí. En mi interior habían vivido siempre dos voces. Una que deseaba ser cantante y la otra que deseaba ser docente. Ambas voces ardían con el mismo fuego, y tan solo pensar en separarme de una de ellas me causaba un dolor que no podía soportar. El comienzo del camino fue difícil y complicado, como todo camino que se hace poniendo en juego el alma y el corazón. Estaba dividida entre ambos caminos, imaginando que un día no muy lejano iba a tener que renunciar a uno por el bien del otro. Pero la vida, más sabia y paciente, me enseñó un camino que no había tenido en cuenta. Poco a poco descubrí que ambas profesiones eran en mi misma, las caras de una misma moneda y que jamás podría abandonar el canto, porque justamente desde el arte y la música se me abrirían las puertas hacia la amada docencia. Descubrí que la decisión en realidad ya la había tomado hace tiempo, y que ambas voces recibiría su retribución en el momento adecuado. Lo importante era que yo quería ser docente.

Llegué al último escalón, atravesé la puerta vidriada y me dirigí hacia la cartelera. Con algo de impaciencia busqué el número de aula: “Aula Nº 1”. Saqué una papelito y lo anoté. Sentí de repente la voz de una persona que me dijo: “Buenos días”, “Buenos días” le respondí yo. Pensé en la amabilidad de aquella persona, hoy en día ya nadie saluda. Miré a mí alrededor y ninguna de las aulas que me rodeaban era la que me tocaba. Atravesé otra puerta y seguí buscando. Arriba no la encontré, así que solo me quedaban las aulas de abajo. Bajé las escaleras con una extraña emoción, recordando los primeros días de clase en aquel lugar, pensaba en los compañeros que iba a tener, tal vez hasta tenía suerte y encontraba caras conocidas. Caminé por el pasillo, miré cada número de aula pero ninguna era la que buscaba. Volví hacia atrás al otro lado del pasillo y la encontré: “Aula Nº1”. La puerta estaba entornada, y había luz en el interior. Toqué la puerta y una voz conocida me respondió. Entré y el profesor estaba allí, era la persona que me había saludado tan gentilmente. Me senté con tranquilidad, con la seguridad de que ya había comenzado.

De repente abrí los ojos y me di cuenta de que todo había sido un sueño. Mi mente había entrelazado el pasado y el presente. Me incorporé y con tranquilidad medité sobre el sueño. Esas escaleras, que parecían tan largas, representaban el largo camino de enseñanza y aprendizaje que había recorrido. Cada paso de la escalera simbolizaba un paso, un avance en el proceso de aprendizaje. Al comenzarlo parecía alejado y tal vez inalcanzable. Pero a medida que fui avanzando en esa ruta descubrí que no estaba sola, que siempre había un equilibrio entre lo que debía hacer y lo que ya había logrado adquirir. Lentamente las dificultades fueron surgiendo, siempre desafiantes pero nunca lo suficientemente fuertes como para detener mi caminar. Cuando llegué a la cima, así como llegué a la cima de la escalera en mi sueño, el caminar se hizo recto y como las metas eran claras y las cartas ya estaban sobre la mesa, solo había que seguir avanzando sobre lo que habíamos creado hasta allí. La última escalera que tuve que caminar en mi sueño fue en descenso y así fue el comienzo del final del camino. A pesar de que aún faltaban algunas cosas por completar, el final se sentía cerca. Una aventura de aprendizaje estaba por llegar a su fin, pero en mi interior se sentía como un nuevo comienzo. Así como llegué a aquella puerta del Aula Nº1, en mi sueño, había llegado al final del desafío de Diseño Curricular. Sólo faltaban tres clases, sentí nostalgia de todo aquello que había vivido, pero a la vez una satisfacción de haber crecido en mi búsqueda por ser docente. Este camino de aprendizaje me había dado el impulso para comenzar una nueva aventura.

María Agustina Medel

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